Pretender subir la empinada cuesta del progreso con cinco millones de pobres en los hombros es una ilusión.
No hay progreso social sin desarrollo humano. Crecimiento económico puede haber, y es ciertamente lo que nos viene aconteciendo hace cerca de cincuenta años.
Por eso hay analistas que prefieren no utilizar la palabra “progreso”, a la que consideran “engañosa”, y prefieren hablar de “desarrollo humano”. El crecimiento, si no genera desarrollo humano, es progreso sólo para unos pocos.
La delincuencia y la violencia que por momentos parecen arroparnos son la manifestación inevitable de ese modelo de desarrollo desigual, injusto, que termina en descalabro institucional.
La miseria generada por el modelo, la falta de oportunidades y la exclusión, combinadas con las carencias institucionales y la “necesidad” de hacer fortuna de ciertos sectores son una bomba de muchos megatones.
Esa bomba que es la crisis social en que vivimos mata gente todos los días, desarticula la sociedad, lleva desasosiego a nuestros pueblos y barrios y pulveriza las políticas de “mano dura” trasplantadas desde Centroamérica y Colombia a nuestro país, como advertía recientemente Danilo Medina.
O nos dirigimos urgentemente a un modelo de desarrollo humano o seguimos trillando el camino a ser otro México, Honduras, El Salvador o Guatemala: con sus polos de oligarcas tutumpotes bien arriba, pobres y muy pobres bien abajo—en la pura supervivencia, cocinados a fuego lento en la exclusión y la violencia social—y clase media en medio, paralizada entre el miedo de bajar y la necesidad de subir al costo que sea.
Es nuestra lamentable realidad y en ella nos estanca el crecimiento sin desarrollo humano.
Santo Domingo, 9 de agosto de 2010
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